La historia de Nicol Gabriela Liendo es de esas que parecen marcadas por el destino. Hace cuatro años llegó a Medellín a reencontrarse con el amor de su vida, conocer y pasear por la ciudad durante unos meses y terminó quedándose a vivir y a emprender en ella.
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En efecto. A sus 20 años, y mientras vivía en Caracas, su ciudad natal, a Nicol le dio el arrebato de viajar a Medellín y pasar unos días junto a Tráfico, su novio, un artista callejero que había migrado a la ciudad dos años antes.
Eso fue a mediados de 2020. Pasó unos días en Táchira, luego estuvo en Cúcuta y sus alrededores, y finalmente arribó a Medellín como turista. Por eso dice que su historia como migrante es muy distinta a la de muchos otros venezolanos, porque su motivación para moverse fue el amor.
Se amañó y emprendió
Su plan era quedarse unos pocos meses. En Venezuela estaba su familia, pero más allá de eso no había otra motivación para devolverse. Había dejado su trabajo como asistente administrativa en una empresa antes de desplazarse a Colombia.
Pero se fue amañando en Medellín y con ello le fue surgiendo el deseo y la necesidad de encontrar un trabajo que le permitiera subsistir económicamente.
Comenzó a apoyar algunos proyectos sociales con fundaciones y entidades, hizo periodismo, vendió jugos en el barrio La Milagrosa y atendió un billar en Buenos Aires, pero no encontraba algo que le apasionara.
Trabajando en uno de esos proyectos sociales, se presentó una falla con la logística de la empresa que iba a preparar los refrigerios. Nicol no tenía ni idea de qué significaba esa palabra, pues en Venezuela no les dicen así. Sin embargo, cuando escuchó a una compañera mencionar el problema, ella se ofreció a ayudar.
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Hizo unos burritos que a los asistentes les encantaron. Esa fue la señal que Nicol esperaba para prender motores y explorar su faceta como cocinera que no había probado ni en su país ni en Colombia.
Así fue como le dio forma a un emprendimiento que hoy lleva el nombre de Pedacito Latino, una empresa que ya está formalizada y con la cual atiende eventos empresariales, recibe pedidos de sus conocidos o de los contactos que prueban sus delicias y de todo tipo de actividades a las que la llamen.
Cuando comenzó con el emprendimiento, confiesa que tenía muchas dudas, pero con su esfuerzo y dedicación se fue convenciendo de que tenía talento.
“Lo que me costó para empezar fue convencerme o terminar de creer que yo tenía un talento. Y cuando uno es migrante, que llega como descolocado y siente que es ajeno de lo que pasa a su alrededor, como que también llegué a desconocer quién era y para qué era buena. Si eres bueno en algo, por más que muchos más lo hagan, cree que tú también lo puedes hacer y mejor”, dice Nicol.
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Hoy es una emprendedora destacada que superó el qué dirán y el famoso “síndrome del impostor”, creyó en su idea y se afianzó con sus refrigerios, una palabra que supo hacer parte de su vocabulario, movida por el amor a su negocio y por una ciudad que la acogió y le abrió las puertas a ella, que solo venía con el fin de conocerla y admirarla como turista.
Esta historia es posible gracias a la Fundación El Buen Pastor y contó con la participación de los estudiantes de Comunicación y Lenguajes Audiovisuales del 2° semestre del curso Fotografía II de la Universidad de Medellín.