Parece sacado de una película, pero es real. Megan King, una mujer de 35 años de Illinois, Estados Unidos, sobrevivió a algo que la mayoría no cuenta: una decapitación interna. Sí, su cráneo literalmente se separó de su columna vertebral... y vivió para contarlo.
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Todo empezó cuando Megan tenía 16 años y mientras jugaba fútbol cayó mal después de un salto. La mujer se lesionó el tobillo y la espalda, y los músculos de sus omóplatos también sufrieron daños. Lo que parecía una lesión común se convirtió en el inicio de una pesadilla que duró años.
Los médicos no entendían qué pasaba
Pasó más de un año en muletas y, en vez de mejorar, su cuerpo comenzó a deteriorarse. Tenía dolores intensos, los músculos se desgarraban con facilidad y las articulaciones no respondían. Luego de 22 cirugías y muchos años sin respuestas, en 2015 le dieron un diagnóstico: síndrome de Ehlers-Danlos hipermóvil, una condición genética que afecta el colágeno y hace que las articulaciones sean inestables.
En su caso, el diagnóstico llegó tarde. Su cuello se dislocó y tuvo que usar un halo, un aparato con tornillos en el cráneo para inmovilizarle la cabeza. Pero lo más grave ocurrió cuando se lo iban a retirar.
Mientras estaba sentada, su cráneo se desprendió de la columna. Sufrió una “decapitación interna”, una condición que suele ser mortal. Megan recuerda ese momento con claridad.
“Eché la silla hacia atrás para evitar que la gravedad me decapitara. Mi neurocirujano tuvo que sujetarme el cráneo con las manos. No podía mantenerme en pie. Mi lado derecho temblaba sin control”.
La llevaron de urgencia al quirófano, donde le fusionaron el cráneo con la columna para salvarle la vida. Cuando despertó, no podía mover la cabeza.
Una guerrera con 37 cirugías a cuestas
Megan ha pasado por 37 cirugías. Su cuerpo está fusionado desde el cráneo hasta la pelvis. Ya no puede girar ni inclinar la cabeza. “Soy literalmente una estatua humana. Mi columna no se mueve en absoluto. Pero eso no significa que haya dejado de vivir”, dice con una fortaleza admirable.
Poco a poco ha ido retomando algunas actividades. Hace poco fue a jugar bolos con sus amigos. No pensaba jugar, solo acompañarlos, pero algo la impulsó a lanzar una bola. Fue un strike. “Mis amigos gritaban y aplaudían. No solo celebraban el strike. Celebraban todo lo que he sobrevivido”.
Megan todavía está aprendiendo hasta dónde le responde su cuerpo. “No es fácil, pero me estoy adaptando. Y siempre me sorprende lo que aún puedo lograr”.
Con información de La Opinión Cúcuta.
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