La comida es mucho más que una necesidad biológica, es una parte fundamental de la memoria, ya que en ella se encuentran los sabores y aromas que traen recuerdos, emociones y conexiones profundas con su identidad.
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Ese vínculo entre la comida y la identidad también está en los migrantes, uno de los temas que estudia el Laboratorio de Comida y Culturas de la facultad de Antropología de la Universidad de Antioquia, liderado por el profesor Ramiro Delgado, y que investiga cómo la comida actúa como un ancla que conecta a los migrantes con sus raíces, incluso cuando están lejos de casa.
Para Delgado, la idea del estudio surgió de una conversación con Sara Fernández, una antropóloga, quien comentó que la memoria del migrante está en el estómago, es decir, es el mundo de la comida.
“Está anclado a la experiencia de cada individuo y de cada contexto cultural y por los sentidos; es decir, la comida se huele, se oye, se toca, se ve, se mastica y se saborea, entonces crean imágenes en el cerebro”, explicó.
El profesor aseguró que la comida es una fuente de añorar y recordar, ya que al estar en un lugar nuevo, donde los sabores familiares no están presentes, los migrantes experimentan un desarraigo físico y emocional de su cultura y su tierra.
El grupo de investigadores se apoyó en mujeres venezolanas, firmantes de paz y trabajadoras domésticas, y exploró cómo la comida puede ser una herramienta poderosa para reflexionar sobre la migración y el sentido de pertenencia. A través de experiencias culinarias y sensoriales, buscan reconectar a las personas con sus historias, identidades y recuerdos.
“La memoria no es solamente el asunto de una necesidad básica de satisfacción a lo biológico, también contiene recuerdos, tradiciones y el sentido de pertenecer, de estar en un clan”, aseguró Paula Zapata, integrante del grupo de investigadores.
Una experiencia profunda
De acuerdo con el profesor Delgado, hay dos puntos que se convierten en las mayores preocupaciones del migrante, ya que sueñan con tener algo que le haga recordar su territorio y mantenerlo mientras se está lejos: la religión y la comida. Ambos están ligados a la memoria y las tradiciones, y cuando se pierden, se siente un vacío que afecta la sensación de pertenencia.
“Esta es una manera muy bonita de que el migrante tiene una memoria permanente de su mundo del cual migró”, dijo.
El equipo del Laboratorio de Comida y Culturas ha demostrado que, a través de la comida, es posible sanar esas heridas del desarraigo, con el fin de permitirle a los migrantes recordar su pasado y adaptarse al presente, pero también le enseña a las comunidades de acogida a ampliar su mente y a integrar sabores en su nueva vida.
“Uno no se pregunta nada de la comida china o de la italiana, hasta la mexicana. Ya se tiene interiorizada, no se cuestiona porque desde pequeños hay espaguetis, pizza, arroz chino o tacos; pero cuando empiezan a llegar otras cosas, ahí se inician las preguntas de ‘¿cómo comen los venezolanos?’”, dijo Delgado.