Me preparaba para salir a un nuevo recorrido por la ciudad, de esos a los que me gustaba ir cuando sentía que necesitaba recargarme de motivos para amarla, para volver a sentir la magia al transitarla. Esta vez era por el Centro. Todo transcurría con normalidad. Los guías eran amables y contaban historias graciosas, el refrigerio estaba sabroso y era agradable compartir con personas tan diferentes.
Lea también: ‘Echame un cuento’: Medellín en canción
La última parada era Salón Málaga, un lugar emblemático declarado patrimonio cultural, según nos contaron. Me tomé un tinto y aprecié cada foto. Tanto, que me fui separando de a poco del grupo, hasta llegar al fondo. En la esquina estaba un anciano intentando poner en marcha una vieja rocola de colección. Sacó unas cuantas monedas del bolsillo y analizaba cuál era la correcta para esta máquina.
- ¿Eso todavía funciona? – Le pregunté.
- Pues claro. Esta es mi favorita. Una vez un amigo mío me dijo que si la ponía en modo aleatorio, ella ponía la canción que uno necesitara escuchar.
- ¿De verdad? ¿A usted le ha funcionado? Soy Isabella, por cierto.
- Yo me llamo Eduardo. ¿Quiere ensayar? -Preguntó, señalando la rocola.
- Sí, pero no tengo monedas. – Contesté, mientras buscaba en mis bolsillos.
- Tenga esta. Hágale, mientras voy por otro tinto.
Extendió la mano y me regaló una moneda de quinientos pesos. La ingresé en la ranura, seleccioné el modo aleatorio y comenzó a reproducir una canción familiar para mí. Era la canción que cantaba con mi abuela cuando era niña y me preparaba para ir al colegio antes de irse a trabajar todo el día para ayudarle a mi mamá.
Cerré los ojos y empecé a tararearla. Apenas terminó, con los ojos llorosos, volví a mirar aquella rocola. Esta canción no estaba en la lista de disponibles. Miré al anciano, que ya había vuelto a su mesa, como esperando una explicación.
- Yo le dije. – Me respondió, como leyéndome la mente, mientras se acomodaba el sombrero.
El grupo se fue sin mí. Mi abuela también. Vi que el hombre se paraba a pagar la cuenta. Me distraje por un momento y cuando volteé de nuevo, ya no estaba. Le pregunte a la mesera si aquel anciano se había ido. Me dijo que la mesa había estado vacía todo el tiempo.
- ¿A usted también se le apareció? – Preguntó asombrada.
- ¿Quién?
- Eduardo. Era nuestro cliente más fiel.
- Sí. Me contó la historia de la rocola. Parece que es verdad.
- A muchos les ha pasado y dicen que les cambia la vida haber venido acá. Pueden reencontrarse de cierta manera con familiares o viejos amores.
Tal vez la magia sí exista y esté en el Centro. Tal vez Eduardo también.
Mariana Valdés Jiménez
Mariana Valdés Jiménez
Es asistente legal y estudiante de Producción Audiovisual. “Escribir es un proceso de liberación para no sentirme ahogada. Las letras son ese camino para volverme a construir”. Compartir sus cuento fue para ella muy satisfactorio.