Antes de venirme a vivir a Medellín, mi problema con el amor era que botaba mucho tiempo pensando en las consecuencias negativas de una posible ruptura. Supongamos que usted o un amigo suyo me presentaba a su prima o a su hermana, es solo una suposición; pues bueno, yo me iba a quedar mirándole los ojos, reparando en el color de los párpados, el arco de las cejas, el movimiento sutil del aire zarandeando sus pestañas y así, casi enamorada, le diría: “¿Cómo te ha ido con los acuerdos prenupciales?”, y ella “¿Qué?” , y yo, “Los prenupciales nena, nada es para siempre”. Entonces se repetiría con la prima lo mismo que con todas las otras. Y con lo difícil que es encontrar lesbianas en Colombia.
Antecedente: EN IMÁGENES: La gran fiesta de ‘Echame un cuento’
Yo tenía ese problema, porque ya no lo tengo, menos mal. Qué tal que todavía lo tuviera, ya estaría loca o peor, ya estaría en las aplicaciones de citas o en las redes sociales subiendo fotos mías en tangas atrayendo morbosos y gringos. Pero menos mal que ya no.
Ahora que estaba aquí, en la ciudad de las oportunidades, mi plan era muy sencillo, iba a ir al todo o nada. A ella la había visto en tangas en una publicación de una amiga en común de acá y me dije “Más feas me las he comido”, le cogí las placas hablando con mi amiga y la llamé esa misma tarde.
Le puse una excusa toda tonta para verla ese mismo día: “Me enamoré del perrito a penas lo vi”, y ella me contestó: “Vení por él que aquí en el refugio La Perla estamos hasta las cinco”. Salí volada, la iba a invitar a un tinto en lo que me sacaban un perrito cualquiera y para evitar ponerle las preguntas de siempre, solo iba a hablarle de las cosas bonitas que le viera en la cara o en el cuerpo “total, si así conquistan los hombres, ¿yo por qué no?”.
Y mire que llegué en menos de nada y ¿qué me encontré? Que la tonta ya se había ido. Me dio una ira que se me salió lo mala y les grité allá: “¿¡Dónde está mi perra!?”, y va uno de allá y me sale con un animalito todo despelucadito, una perrita hermosísima, dizque nadie la quería que porque no era de raza, y se lo juro que yo me enamoré a penas la vi. “Sella Paisita”, me dijo el muchacho. Me la traje para la casa aquí en San Javier y hoy somos las más felices viviendo nuestro amor de pelos.
Juan José Díez Gómez es diseñador gráfico y bibliotecario escolar. Nos dice que “me gusta escribir porque contar historias es una herencia de mis abuelos y de mi familia, pero yo salí tímido, entonces mi manera de continuar esa tradición es escribiendo”.
