“Yo vine a Medellín, pero dejé a mis dos niños con mi mamá porque era imposible pagarles los pasajes”, recuerda Ingrid Carolina Crespo Flores, una madre venezolana que en febrero de 2019 dejó su casa en Puerto Cabello, Carabobo, Venezuela, para buscar una mejor vida en Medellín, Colombia.
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Ingris tiene 33 años, en su país estudiaba Seguridad Industrial, estaba en sexto semestre, pero debió dejarlo. En la capital paisa vive con sus dos hijos Gerard, de 11 años, y Geralis, de 9.
“Mi madre me los trajo en mayo de 2019 porque fueron los peores meses de mi vida, lo pasé terrible, no quería dormir, solo llorar”, recuerda Ingris y asegura que aunque la adaptación no fue fácil, ya disfrutan la ciudad y sus matices.
Ingris recuerda que luego de su llegada su proceso de adaptación fue duro. Le tocó vivir la xenofobia, sentir cuando las personas la miraban como si estuviera en el lugar equivocado, pero algunas trataban de aceptar lo que ella estaba viviendo.
“Una amiga, que todavía tengo y que es paisa, me dio su apoyo sin conocerme, me abrió las puertas de su casa, fue muy especial conmigo”, cuenta.
Entre risas recuerda que hay muchas diferencias entre ambas culturas, sobre todo en los dichos y en el significado de las palabras.
“Estaba en un bus y yo dije que estaba arrecha, recuerdo la cara de las personas, yo no entendía por qué me miraban así. Para nosotros esa palabra significa que estaba molesta”, dice y ríe.
Ingris hace parte del 51 % de la población femenina venezolana que dejó su país y que encontró en Colombia una nueva vida, de acuerdo con cifras del Observatorio de Migraciones, Migrantes y Movilidad Humana (OM3), de Migración Colombia.
La entidad encontró que hay una feminización de la migración venezolana, es la población que más se desplaza desde el país vecino hacia el territorio nacional, ya que hay un alto porcentaje que está a cargo de sus hogares, tienen altas responsabilidades de cuidado, o deben enviar dinero a las familias que se quedaron en su país de origen.
Ingris se caracteriza por tener una actitud positiva, tiene risa contagiosa y envolvente, está llena de experiencias que le enseñaron a ser fuerte y a trabajar por el territorio al que pertenece.
“Migrar es un derecho, no hay que tener miedo de llegar a otro país”.
En la actualidad, Ingris trabaja como gestora comunitaria en Manrique la Cruz, se enfoca en ayudar a las poblaciones vulnerables. Para ella, esto ha sido la mejor experiencia de su vida ya que puede ayudar a quienes más lo necesitan.
En su barrio la conocen como “la de las ayudas”, todos saben que es venezolana, que es muy trabajadora y que ayuda a las personas. Además, se ganó la confianza de su comunidad ya que todos la buscan, sean colombianos o venezolanos.
“Me integré con la Junta de Acción Comunal, me buscan para que active rutas de acceso a derechos a las personas que lo requieren. Ha sido una experiencia muy linda porque yo en mi país no hacía nada de esto, no era gestora comunitaria”, dice.
Para Ingris ser mamá tuvo mucho que ver con su decisión de ser migrante. “Lo hice por una mejor calidad de vida. Doy gracias a Dios de que llegué a Medellín, a pesar de que soy migrante, miro hasta donde he llegado y eso me da mucha alegría, me siento una mujer completa”.
Cada una de las experiencias que ha vivido desde que llegó a Medellín le ayudaron a sentirse una mujer empoderada y aunque al principio el miedo de dejar lo que conocía la ataba, ahora trabaja para continuar ayudando a los demás y le da fuerza a las mujeres que más lo necesitan.